21 January, 2010

Minificciónes

Sangrante.

La policía miraba de reojo, sabedora también que eso del orden público es un invento de los ingenuos. Mi camarada estaba en el suelo, yo no podía moverme porque los otros weyes wholesale nba jerseys me tenían bien apañado. Tenía dos muelas sueltas en mi boca, las sentía moverse dentro como pastillas halls, yo no quería perderlas away! porque tenía la idea de mandármelas poner de nuevo, no era posible perder dos muelas de esa manera tan absurda, a mis pocos años. Abrí los Mean ojos cuando mi camarada comenzó a decir que ya estaba bueno, que ahí moría la bronca. Yo sabía que eso era signo de que lo estaban madreando duro porque ese camarada no se raja tan fácil. Una vez le tenían el ojo cerrado y sangrante, le seguían golpeando con la punta de una bota en toda la geta y seguía balbuceando que en cuanto se parara les iba a cargar la chingada. Lo cuál era técnicamente imposible, porque la sangre le tenía cubiertos los ojos y el brazo quebrado, malas armas para pelear, pero ahora sí había dicho que ya estaba bueno de tanto putazo. Igual nadie quiere morir en medio de una bola de madrazos.

Prejuicio

Hace diez años tuve la fortuna de conocer a una mujer que me cambió la vida porque me hizo dar cuenta de algo que no había querido reconocer. Nunca acomodó un mueble dentro cheap nfl jerseys de mi casa GLOBOS ni me hizo algo de comer. Ni siquiera El habíamos platicado sobre nuestras vidas Expropiación futuras, un sueño siquiera. Estábamos a punto de coger y cuando me metió la mano por entre el calzón, me apretó fuerte wholesale nfl jerseys y me dijo

-que verga tan chiquita tienes.

El hijo pródigo

A pesar de que había desaparecido desde hacía varios años, su madre seguía creyendo que lo recuperaría. Todos suponíamos que era la manera que había encontrado para no volverse, loca. Pero un domingo, phd como esos en donde no pasa nada más que el fútbol y los bautizos obligatorios, llegó sin decir nada a nadie, business le tocó la puerta a su madre que seguramente se preparaba para ir a misa. Doña Martina abrió seguramente extrañada de que alguien llamara a su puerta.

-hijo, hijito. Yo sabía que volverías.

Ya dentro de la casa, sin que su madre se quitara el asombro y el júbilo por la llegada de Alejandro.

-¿Cómo cheap jerseys has estado hijito?

-ay, mamá, los soldados nunca se han distinguido por ser buenos anfitriones.

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